FAMILIA SANA

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«El rol de padre en la adolescencia no tiene que ser hostil, pero sí contundente y normativo»

El psiquiatra Javier Quintero explica cómo actuar ante los cambios que se dan en el cerebro de un joven adolescente

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Muchos son los padres que se sienten perdidos ante el bucle emocional en el que se encuentran sus hijos adolescentes. Su hogar, antes en relativa calma y armonía familiar, se encuentra de pronto sumido en malas caras, contestaciones, gritos, lloros… y una actitud desabrida ante la que no saben ni cómo actuar porque no entienden. «Esto se podría reducir si los padres supieran qué es lo que está ocurriendo en el cerebro de sus hijos», asegura Javier Quintero, Jefe de Servicio de Psiquiatría en el Hospital Universitario Infanta Leonor. Profesor Asociado de Psiquiatría en la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense y director de Psikids (Centro de Psicología y Psiquiatría del Niño y adolescente) en Madrid y Pozuelo.

 

—Se dice que la adolescencia se está adelantando cada vez más. ¿De qué edad estaríamos hablando?

 

——El encuadre de la adolescencia no es exacto, porque no es sencillo limitarlo por edades, se explica mejor por maduración. Así el límite del inicio y del final cambia de unos menores a otros. Pero en principio esa ventana de desarrollo abarcaría entre los 12-14 hasta los 18-21 años.

 

 

—¿Qué es lo que ocurre en la adolescencia?

 

—La adolescencia se sitúa como una etapa crucial en la vida de las personas, el momento en el que se estructuran y consolidan muchos de los rasgos y recursos que tendrá el adulto. Se trata de una etapa de la vida muy dinámica, plástica y moldeable, tanto desde el punto de vista del cerebro, con un fenómeno de reorganización neuronal, la neurociencia nos está enseñando mucho en los últimos años; como desde el punto de vista psicosocial, donde los rasgos de la personalidad se forjan sobre la estructura del temperamento del menor.

 

—Pero, ¿qué parte de esos cambios cerebrales influyen exactamente y hacen que muchos jovenes vivan una adolescencia tumultuosa?

 

—El desarrollo de nuestro cerebro no es lineal, no madura todo a la vez. Son como las obras de una casa, en las que no trabajan todos los oficios al mismo tiempo. Durante la adolescencia se produce una maduración del cerebro, pero con un desequilibrio muy marcado entre el desarrollo de regiones subcorticales como la amígdala y el hipocampo (partes involucradas en lo emocional) y la región de la corteza prefrontal (que es la parte que piensa, anticipa consecuencias de nuestros actos, planifica, organiza, toma decisiones y sobretodo estaría el control de nuestras emociones). Hay chavales con más «gap» (diferencia) entre una parte y otra donde la prevalencia de la parte emocional hace que sean más complicados, reactivos, impulsivos. Es el caldo de cultivo ideal para que la familia entre en un bucle que puede llegar al infinito: si tú te enfadas, yo (tu padre) me enfado más, a lo que el adolescente reacciona con más tensión, y el progenitor reacciona en la misma línea, pensando que el adolescente será capaz de controlar sus reacciones. En una situación de este tipo los adultos tenemos que saber qué le está ocurriendo al cerebro adolescente de nuestro hijo porque el menor, a pesar de no entender qué le está pasando, va a reaccionar. Porque aunque él no sepa usar todavía su corteza prefrontal, nosotros sí. No podemos responder con emociones a sus emociones y que se nos “encienda la amígdala” como a ellos, porque sería ponernos a su nivel. .

 

—¿Cómo se corta ese bucle?

 

—Los padres se pueden enfadar, pero como digo, procurando ser emocionalmente neutros. No se trata de gritar más, sino de ser capaces de tener autoridad y mostrar contundencia en los planteamientos. No hay que convencerles. Es como cuando son pequeños y les dices que se tienen que comer la sopa y te preguntan ¿por qué? La respuesta no es «porque es buena para ellos», sino «porque lo dice mamá», luego habrá muchas oportunidades para enseñarles las bondades de la sopa. Muchos problemas en la adolescencia provienen de esa cesión del modelo de referente en casa. Si papá o mamá no han sabido o podido asumir ese rol en el hogar, los niños en cuanto puedan lo buscarán fuera.

 

—¿Cuánto tiene que ver la estructura familiar en la aparición de problemas en la adolescencia?

 

—Tiene que ver, pero es una suma de todo. Nosotros vemos fa familias en todos los contextos. Por lo general las familias biparentales que funcionan en casa lo tienen un poco más fácil, pero nosotros también vemos a familias divorciadas que lo hacen fenomenal, biparentales que son un desastre… Hay que insistir en que aunque uno se divorcie de su pareja no se divorcia de los hijos. Esas situaciones requieren un esfuerzo extra de los padres para mantenerse como guía y no entrar en la locura de dar cosas a cambio de afecto. Tendemos a comprar donde no llegamos, y el cariño y el amor no se compran. Y menos en la adolescencia. Tenemos que conectar con su cerebro emocional y eso no lo venden en internet.

 

—¿Cómo se llega emocionalmente a un adolescente?

 

—Sintonizando con ellos. Pero esto no significa convertirse en su «colega». Cuando los padres me dicen en consulta que son «amigos de sus hijos», entonces yo pregunto que «¿dónde está el padre?» que necesito hablar con él. Es posible tener la mejor relación con tu hijo, incluso que se lleve mejor con sus padres que con sus amigos, pero siempre vas a ser su padre o su madre, y hay un matiz muy importante en esa diferencia. El rol de padre, por cierto, no tiene por qué ser hostil, lo que tiene que ser es un rol adecuado a las necesidades del momento. Hay que saber cuándo ser contundente y normativo, cuando tienes que saber escuchar, o cuándo callarte. Cada situación de crisis en la adolescencia supone una ventana de intervención y, por tanto, una oportunidad de cambio a mejor.

 

—¿Qué le dicen los padres cuando usted hace este planteamiento en consulta?

 

—Muchos me dicen que no van a poder, que no ven que vaya a funcionar…. Pero lo que no funciona seguro es lo que están haciendo. Los gritos y la tensión no van a ningún lado, y además, hay que cortarlos ya que está deteriorando la relación. Y claro que funciona si los padres son capaces de recuperar el liderazgo en casa.

 

—Usted asegura que hay un aumento de casos de familias en conflicto con sus hijos adolescentes. ¿Detecta usted algún motivo en concreto?

 

—Antes veíamos, algunos adolescentes complicados, ahora vemos muchísimos. No creo que haya ningún motivo concreto, sino la suma de todo. Los papás se separan, un curso de la ESO mas complicado, unas amistades nuevas, un verano en el que prueba los porros… Sorprende la cantidad de críos estupendos con una trayectoria fantástica que de pronto se rompen, porque empiezan a consumir droga (hachís, por ejemplo)… La cantidad es alarmante, y las familias deben estar alertas ante ese punto de inflexión donde hay consumo que lleva a malograr todo lo hecho anteriormente. Hay un lenguaje «buenista» entorno al cannabis que resulta desastroso. Un chico de 14 años que empieza a fumar está poniendo en riesgo su cerebro, justo en el momento en que está a la máxima capacidad para aprender, de adquisición de funciones y de habilidades para afrontar su existencia. Deberían saber que están en el mejor momento de su vida, y que nunca más van a tener ni 14, ni 17, o 20, para lo bueno y para lo malo.

 

—Muchos padres se sienten aterrados solo de pensar en lidiar con un hijo en la adolescencia. ¿Un consejo final para aquellos que se encuentren precisamente en esta tesitura?

 

—Una frase que repito bastante en mi consulta referida a los hijos adolescentes: «Quiérele cuando menos lo merezca porque será cuando más lo necesite». Es muchas veces lo contrario de lo que se piensa, nos ofrece la oportunidad comprender sus comportamientos, que no significa aceptarlos, y desde ahí poder ayudarles a que no se tuerzan.

 

Psiquiatra: Dr. Javier Quinteros

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