Escuela y familia

autismo

 

Ha llegado el momento de explicitar los valores y principios morales subyacentes y compartidos en la colaboración entre la escuela y la familia en las tareas socializadoras del adolescente. Seguimos el enfoque del filósofo y educador J. A. Marinas (1997) porque pensamos hace más justicia a la realidad que los enfoques reduccionistas, como son los programas de prevención estrechamente conductistas. Por conocidas, no recordamos aquí las tipologías habituales de los programas de prevención existentes. En todo caso, creemos que estos programas deberían incluir elementos de una educación en valores que se extienda. a la ética, cimentada en el derecho creado y sostenido por la comunidad. Eje central de la misma es la convivencia en dignidad, entendida como posesión de derechos y reconocimiento de los derechos de los demás. Por tanto, la educación en valores, entendida como mero reconocimiento y clarificación de los sentimientos (prevención afectiva) no es suficiente. Autocontrol, tolerancia al estrés, autoeficacia que lleva a la autoestima, sentido del deber y respeto a la ley y a la libertad de uno mismo y de los demás constituyen los pilares de la educación motivacional que Marinas llama de la “construcción de la voluntad”.

Esta concepción de la educación en valores converge en gran medida, desde sus comunes raíces kantianas, con la ética comunicativa que Haberm: Lo que este autor propugna es la construcción progresiva de una moral universal laica asentada en las características de la comunicación humana que, para él, se orienta tendencialmente hacia la verdad, la comprensibilidad, la veracidad y la legitimidad (o conformidad con las normas sociales) de los mensajes. Cuando esas exigencias del acto de habla se cumplen, y de hecho pugnan por cumplirse, los interlocutores se insertan y construyen el horizonte ideal del diálogo (una versión laica de la utopía de la sociedad sin clases o del Reino de Dios).

Al aplicar estos marcos teóricos convergentes a la cooperación familia-escuela en el campo preventivo, creemos oportuno complementarlos con el lenguaje dominante de la teoría del aprendizaje social cognitivo. Nuestra hipótesis —que la investigación empírica ha de someter a prueba— es que familia y escuela comparte la educación en valores del adolescente sin que la escuela pueda legítimamente reducir su función al campo puramente académico e instrumental.

Es seguro que ningún proyecto educativo omite algunas referencias a la formación integral de la persona y del ciudadano en el ámbito escolar. Ahora bien, a falta de investigaciones concluyentes, hipotetizamos que la cooperación en la educación en valores, en el sentido expuesto, es la cenicienta del proyecto o al menos de su implementación. Nos tememos que, con demasiada frecuencia, más que ante pautas de colaboración estamos ante un diálogo de sordos entre las dos máximas agencias de socialización. Esta situación se evidencia, por supuesto, en situaciones de bajo rendimiento académico o de problemas de conducta del escolar, en que la tensión y el estrés que conllevan exigirían la práctica de dicha colaboración. Uno de los indicadores con que comprobar esta hipótesis es la relativa ineficacia de los cauces institucionales de diálogo .Como es sabido, los valores de participación de las familias en el proceso electoral suelen ser muy bajos. Por lo mismo, es muy difícile ncontrar estudios empíricos sobre nuestro tema cuyo objeto sean las actitudes y conductas de los profesores y de los padres ante las tareas que exigen colaboración, sobre los consejos escolares y las comisiones de convivencia, etc. Como tampoco abundan los estudios sobre la problemática funcionarial y laboral del cuerpo de profesores, aspecto directamente relacionado con la pobreza de la colaboración entre escuela y familia. Un presupuesto y, a la vez, una consecuencia de que familia y escuela comparten la función socializadora del niño y del adolescente es el reforzamiento mutuo de las acciones educativas de ambas agencias.

Así, por ejemplo, los padres fumadores y bebedores en exceso, por un lado, y los maestros que intentan superar un hábito de exceso de consumo de esas sustancias actúan sobre el adolescente como fuerzas contrarias que se neutralizan en vez de hacerlo como agentes transmisores de unos mismos valores, los respaldados por la comunidad científica y por la sanidad pública. También actúan en sentido opuesto o divergente ambas agencias de socialización cuando los padres no encuentran sino una deficiente atención a sus demandas de información y seguimiento de la conducta de sus hijos adolescentes en el ámbito escolar.

No podemos entrar aquí a mencionar la acción socializadora concurrente en el proceso preventivo de la conducta antisocial de otras agencias tales como los medios de comunicación y las iglesias, entre otros. La tardía solución al problema de la enseñanza de la religión y de la ética en la escuela. Por tanto, si queremos irnos aproximando de forma progresiva a la solución de estos déficits que se suman a los ya mencionados en la colaboración de familia y escuela, parece indispensable investigar si las raíces de esta pobreza de comunicación y colaboración se encuentran o no, al menos en parte, en ciertos aspectos del proceso parlamentario y político que llevó a la adopción de la legislación vigente a fin de propiciar las necesarias reformas.

El malestar generalizado evidente en el cuerpo profesoral debe hacernos cuestionar si las mayorías políticas que propiciaron esta legislación contaban con un respaldo o consenso social y profesional suficiente. En la misma línea, resulta llamativa la actitud de aquellos profesionales de la pedagogía que, por un lado, aplauden la legislación y, por otro, reconocen que el cuerpo profesional no estaba preparado para cumplirla ni tampoco se proveían los recursos materiales necesarios para su puesta en práctica.

La situación revela, en el fondo, una notable falta de interés de la comunidad política por estimular el protagonismo indispensable de la sociedad civil, representada por asociaciones de padres y grupos profesionales, refiriéndonos obviamente a aquellos no demasiado politizados (¿existen?), que anteponen su vocación educativa y el pluralismo a la dominación del sistema escolar por una u otra opción política. Como conclusión, lo que esta ponencia pone de relieve es que una educación en valores y una eficaz acción preventiva en cooperación, basada en ellos, requiere, por un lado, más investigación empírica de las prácticas de colaboración educativa entre escuela y familia y, por otro, más democracia y más consenso a todos los niveles tanto del sistema familiar como del educativo. Sólo así familia y escuela podrán potenciar, a su vez, el desarrollo del consenso y de la democracia en la sociedad total.

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Dra Nora Reboledo

Pediatra y Especialista en adicciones

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