Temores y depresión
Por Lic. Lila Isacovich*
Estar preparados para todo… ¿es posible? Sin duda, no. Sin embargo la pregunta no es obvia, porque muchos quisieran estarlo, prevenir la mayoría, si no todas, las posibles circunstancias que pueden cambiarnos la vida, como decimos, de un día para otro.
Aunque sepamos que es imposible anticiparnos a lo que pueda suceder, cuando el temor por lo por venir se acentúa, cuando nos sentimos inseguros, cuando vaticinamos lo peor o tenemos malos presentimientos, podemos sospechar que estamos atravesando un momento depresivo. Es clásico el temor por un futuro incierto y amenazante, pero a pesar de eso, no siempre la gente lo reconoce como señal de depresión.
Muchas veces la depresión no se expresa clásicamente, es decir, como desgano, tristeza, angustia. Asume formas menos reconocibles, pero muy difundidas: cansancio, apatía, escepticismo, pesimismo, malhumor, irritabilidad, ansiedad.
El cansancio, la somnolencia, por ejemplo, son signos típicos de depresión; sin embargo suelen no asociarse a ese estado anímico sino adjudicarse al exceso de trabajo o al mal dormir, ya que las alteraciones del sueño son casi lo primero que se manifiesta cuando alguien está deprimido. “Dormir a pata suelta”, descansar profundamente, lograr un sueño totalmente reparador es incompatible con la permanente preocupación de una mente apesadumbrada, inquieta por lo que se avecina, lo que no terminó de resolver, las cuentas pendientes que martillan la cabeza.
Los estados depresivos pueden atenderse, siempre y cuando se reconozcan. Las causas pueden ser tantas como personas hay, pero si no les damos el lugar y la importancia que tienen, se expresan como pueden, de manera disfrazada. Como el agua, que se escurre por donde encuentra una hendija, una pendiente o una facilitación.
Reconocer los signos es la condición previa para “tomar la sartén por el mango” y solicitar la ayuda que se necesite. Si insistimos con los argumentos falaces, no hacemos más que postergar y prolongar el sufrimiento.
No habría razón aparente para no admitir algo que quizá los demás no duden en calificarlo como depresión. ¿Entonces por qué el propio interesado se resiste a reconocerlo? No es seguro que los profesionales podamos responder esa pregunta, pero lo que sí podemos afirmar es que lo verificamos.
No basta con ofrecer ayuda, además hay que encontrar la manera de que el otro pueda tomarla; aunque parezca mentira, esto lo comprobamos cotidianamente. No porque le digamos a alguien que le ofrecemos la herramienta para resolver un problema, eso basta. Recién allí empieza el verdadero trabajo: lidiar con las fuerzas que se oponen a la curación y que, la mayoría de las veces, no son consientes.
*Directora del Área Asistencial de la FUNDACIÓN BUENOS AIRES
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