La ley de la noche

Los jóvenes han encontrado en la noche su espacio de pertenencia, el momento del día en que se reúnen y hacen las cosas que quieren, sin restricciones. Es tarea de los adultos intentar comprenderlos, pero, al mismo tiempo, generar en ellos nociones de límites y de responsabilidad.

En la actualidad, los jóvenes habitan un mundo difícil, guerrero, sangriento. Miran con veneración MTV, pero asisten sorprendidos a muertes de niños y jóvenes como ellos, que las cadenas mundiales transmiten a toda hora, casi en vivo y en directo.
Perciben con sensibilidad especial, quizá reflexiva, quizá intuitiva, que este sistema social donde les toca convivir, y que no eligieron, no concuerda con los valores y los conceptos de justicia transmitidos por esos mismos adultos que deben cumplirlos: “Libertad, igualdad, fraternidad”.

La generación precedente sufrió excesos y sinsabores, pero no experimentó la globalización de la información.
Esto trajo importantes cambios para la cultura joven.
El mundo de los padres también se ha tornado problemático; aparecen como ejes dominantes las dificultades económicas, la inestabilidad, la inseguridad. Ellos también trastabillan. Los adultos se encuentran en medio de una crisis y, por la indiferencia que manifiestan los jóvenes hacia la misma, ésta se perfila como atípica en el escenario histórico. Podemos elaborar las siguientes hipótesis:

• Existe una tendencia a la desintegración del adulto extra-familiar como figura modelo de identificación. Los ídolos actuales son imágenes testigo de sí mismos, ya y ahora, sin la aspiración a conformar un perfil adulto mediato. Son verdaderos espejos donde se refleja el yo, aunque se trate de un Rolling Stone de 60 años de edad real.
• Se presenta al cuerpo joven de 13 ó 14 años como un modelo referencial. Muchos adultos dirigen hacia la segunda década de vida sus aspiraciones de belleza. La belleza se detuvo en la juventud para todas las etapas vitales.
• El duelo por la niñez perdida está atenuado por las ambigüedades del adulto y el joven aumenta su autosuficiencia en esos aspectos, antes impensables. La etapa de la adolescencia se vive como nunca antes, con la misma entidad cualitativa que la adultez y la vejez. Ya no es más un “tránsito hacia”.

En el proceso de identificación, el presente y el futuro desempeñan un papel trascendente. Cuando se selecciona un modelo, se hace con relación a “yo en el futuro”; si la ecuación es “yo en el presente”, entonces la identificación aparece quebrada, imperfecta y no determinante.

En este universo nuevo, los jóvenes han estructurado un espacio no colonizado por los adultos: LA NOCHE.
La noche del fin de semana es para muchos jóvenes lo que le da sentido al resto de la semana, es la expresión de un imaginario mítico que les permite agruparse e identificarse con sus propios signos y códigos. Allí, en ese espacio de encuentro, tal vez puedan anestesiarse, desinhibirse, consumir alcohol u otras sustancias, y hacer cosas que no harían sin el efecto de estos sustitutos.
La noche suspende determinado tipo de controles: no están los padres, ni los profesores, ni los jefes; sólo tal vez vigila la policía. La noche está ligada a la sexualidad, a la salida de los hogares, a lo prohibido. Crea la ilusión de una integración más profunda que la que brinda el día.

Ahora bien, ¿qué está pasando en la noche? ¿Cómo y por qué consume el joven?

Es raro que los jóvenes consuman alcohol en solitario. Beben en grupo, pero en espacios donde están ellos solos. Consumen alcohol y otras sustancias entre pares, es decir, tienen sus puntos de encuentro y una determinada temporalidad: los fines de semana, las fiestas de fin de curso, fiestas en general, viajes de egresados.
En el modo de consumo, aparecen varios fenómenos. Por ejemplo, la “jarra loca”: una champagnera o recipiente de 5 litros, donde se mezclan las sobras de las bebidas de la barra y/o bebida blanca, generalmente vodka con jugo de frutas, que se comparte en grupo.
Otro ejemplo: el “mea culpa”. Se trata de un precalentamiento para las chicas, donde se combinan strippers y cerveza libre, con el desafío de no ir al baño. La chica que no aguante las ganas tendrá una prenda: le cortan el chorro… de cerveza. Todo exclusivo para el sexo femenino y como preludio para un (posible) encuentro con los chicos que esperan del otro lado, a puertas cerradas.

El primer paso: luego de entrar al salón del “mea culpa”, conseguiendo el vaso de plástico que será cuidado como el oro ( con ese mismo vaso tendrán cerveza libre toda la noche, pero no pueden ir al baño porque se termina la “birra libre”.)

Segundo paso: mirar o participar del show de strippers masculinos que pronto se quedarán desnudos (totalmente) en el escenario. De 12 a 2 AM, mucho contacto con los strippers.

Tercer paso: descontrol. Se abren las puertas y, con la misma sutileza usada en el show, la música funciona como guía. Del otro lado, hay una multitud de varones con grandes esperanzas de que el espectáculo y la cerveza hayan resultado efectivos. (Fuente: Clarín, 6-8-04).

El porqué

a) Estamos viviendo una “adolescentización” de la sociedad: los adultos quieren parecer jóvenes y vivir como tales.

b) El modelo de los líderes juveniles: sus referentes son en gran medida consumidores. Esto lleva a que el “no consumidor” quede como un raro o un aburrido.

En este sentido, el alcohol ha pasado a ser un ritual de iniciación, como lo fue en otras épocas fumar los primeros cigarrillos. Este rito adquiere el significado de otorgar autonomía.
También nos encontramos con una disociación entre los valores ideales y los realmente propugnados en el mundo adulto.
El consumo de sustancias se disocia de la siguiente manera: las drogas duras, como la cocaína y la heroína, son objetadas y vistas bajo la lupa de la sanción social, mientras que los consumos más recreativos, percibidos como ligados al éxito social (alcohol, marihuana, y tal vez MDMA, la “droga fashion”), no suscitan la sanción social de manera marcada. Hasta hemos visto cómo padres de adolescentes se encargan de proveer de cervezas las fiestas de fin de curso de sus hijos. No objetan este tipo de diversión, salvo cuando accidentes fatales de tránsito los llevan a vincular el grado de alcoholización de los menores con los hechos posteriores.

¿Qué hacer ante este panorama, ciertamente difícil y angustiante, tanto para los padres como para los profesionales de la salud que tratan adolescentes?

En principio, trabajar fuertemente en campañas de reducción de la oferta; esto es, concentrarse directamente en los medios de comunicación.
Por otra parte, no dejar de lado el trabajo constante de prevención en colegios, centros barriales y clubes. Al mismo tiempo, llevar a cabo programas de percepción de riesgo de consumo de alcohol en los jóvenes. Incluso, implementar intervenciones breves en las guardias hospitalarias, y dejar registrado si la causa de un accidente fue por consumo de alcohol o de otras sustancias.

En fin, así como se propone que hay un segmento adolescente que está creando un contexto paralelo al de los adultos, también los jóvenes están usando para tal una lógica que escapa al pensamiento de sus mayores. Los adultos debemos asumir que tenemos fuerte participación en su génesis. Si logramos modificar ciertas variables, esta transmisión dará validez a nuestra vida adulta y, al mismo tiempo, nuestra acción redundará en un mayor bienestar para nuestros jóvenes.

Fuente:

- Margulies, Mario, La cultura de la noche, Espasa Calpe 1994.
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Lic. Adriana Narváez

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