Violencia en las escuelas: Un tema que nos preocupa a todos

En la actualidad, los establecimientos educativos soportan, en forma creciente, un despliegue de violencia, maltrato, agresión y amenazas que se desarrolla no solo entre los niños sino entre los adultos.

Hay violencia de diversos modos, física, verbal, psicológica y simbólica de los alumnos
entre si, entre docentes con sus alumnos y también aunque en menor escala, entre docentes y padres. Entender que estos hechos se desarrollan bajo determinadas condiciones sociales e individuales permite establecer un origen y una motivación para luego poder intervenir, con el único objetivo de lograr una resolución pacifica de los conflictos.

La escuela actual se ve atravesada por nuevos paradigmas, tales como la irrupción de la violencia callejera, la portación ilegal de armamento, el uso y abuso de sustancias tóxicas legales e ilegales, las transformaciones familiares modernas, la degradación de la palabra adulto, la declinación de la autoridad paterna, los estímulos excesivos de los medios masivos de comunicación e informáticos, entre otros ejemplos.

Todo esto se convierte en un caldo de cultivo propicio para que se desarrolle una trayectoria violenta en la historia de cada sujeto. Esta trayectoria se desarrolla en el ámbito educativo, aunque aparezca accidentalmente, porque los niños y los jóvenes perciben que allí habrá otro que pueda escuchar y leer lo que ocurre, lo que “le” ocurre como sujeto. Su acto no quedará perdido y anónimo como si lo desplegara en la calle.
En muchos casos, es probable que el sujeto que desarrolla una trayectoria violenta en el contexto escolar, no tenga conciencia cabal de porqué desarrolla su acto allí. Pero, sin duda, percibe que en ese lugar habrá una respuesta posible para si, aunque esta sea punitiva. Es decir alguien pone límite a su exceso cuando el entorno familiar se muestra negligente.

Una acción violenta, una reacción hostil y hasta un hecho criminal tienen un contexto y una historicidad. No se trata de hechos aislados. Todos, desde el más intrascendente como podría ser una broma de mal gusto, o uno grave, como una burla discriminatoria en un foto Log, y hasta el más cruel de los actos se desarrollan en una trayectoria subjetiva que los contiene.

Una vez analizados los hechos, a posteriori, se puede comprender cómo se gestaron y por qué se produjeron con una modalidad establecida y en un lugar concreto. Nada es fortuito o casual. Los hechos se suceden de una determinada manera porque el protagonista del hecho violento requiere que esas condiciones estén dadas para poder desplegarlo. Los hechos de violencia dentro de las escuelas respetan esta misma dinámica. Incluso algunos sujetos requieren de la difusión de su acto como una escena perversa ilimitada; tal es el caso de algunos episodios en escuelas norteamericanas en las que los mismos homicidas subieron videos a Internet que adelantaban los hechos criminales posteriores.
La sociedad moderna propende a simplificar los hechos y las explicaciones; tiende a desentenderse de la responsabilidad que le cabe en la reproducción de esos hechos.
En la actualidad se participa como testigos obligados, por momentos impotentes, del modo en que se desarrollan acciones violentas dentro de los establecimientos educativos.
Ya no alcanzan las explicaciones sociológicas ni psicológicas para justificar y entender lo que se vivencia. Los hechos de violencia se suceden en las escuelas sin respetar grupos etéreos, niveles socioeconómicos ni pertenencias comunitarias y culturales. En un continuo compulsivo se va teniendo noticia, casi cotidianamente, de un proceso de agresividad hacia el entorno y hacia el otro semejante, que parece imparable.

Si bien los hechos de violencia y de indisciplina han sido parte de la historia del sistema educativo lo que se evidencia en estos tiempos es inédito. Lo que otrora se consideraba indisciplina hoy es casi un juego de niños y los niveles de violencia social, que irrumpen dentro de las escuelas, exceptuando los períodos con gobiernos dictatoriales, superan todo lo medible con la vieja vara del sistema disciplinario. Alertados por estos cambios de la sociedad, en varios países latinoamericanos, se intentaron “aggiornar” los dispositivos disciplinarios de las escuelas, tal como se hizo en Argentina con la derogación del sistema de amonestaciones del año 2006. Sin embargo los nuevos acuerdos de convivencia institucional quedaron despojados de un poder coercitivo que pudiera frenar el impulso trasgresor de los niños y adolescentes; quienes aprenden a controlar estos impulsos en el tránsito de su inserción en la cultura y en la sociedad, a través de la vida escolar.

Ni la adhesión latinoamericana a la Convención Internacional sobre los Derechos del Niño ni las nuevas legislaciones en educación y protección de derechos del niño, parecen alcanzar para contener tanto desborde. La percepción que tienen los docentes es la de no saber como responder a tanto exceso. Sienten que no cuentan con recursos suficientes y eficaces a la hora de tener que dar una respuesta, que además se les exige desde diferentes ámbitos de la sociedad.
Se impone entonces rescatar determinados valores que la modernidad ha devastado con su impronta acelerada para lograr satisfacción inmediata y para conseguir el éxito personal y la belleza física a cualquier costo. Estos valores, casi ausentes en muchos establecimientos escolares, tienen que ver con la participación democrática, el desarrollo de la grupalidad como estrategia de trabajo, el desarrollo de los pequeños grupos para el intercambio y la convivencia, la solidaridad y el cooperativismo.

Las escuelas aún tienen la capacidad de rescatar el valor de la palabra de los niños y los jóvenes, rescatar el valor de la opinión diversa, de la discrepancia, de la confrontación serena; como recursos para la resolución pacífica de los conflictos. Esta participación permite una apropiación, por parte de los chicos, de los hechos de violencias individuales y grupales. Y esta apropiación permite, no sólo, intervenir cuando los hechos suceden sino también y por sobre todo para generar prevención. Situación que se contrapone francamente con los planes vigentes de mediación escolar. La intervención del adulto mediador o la formación de alumnos mediadores sólo son para el momento de la crisis. Y es claro, a la luz de lo que ocurre todos los días en las escuelas, que la responsabilidad no se adquiere otorgando un cargo de mediador al alumno, o interviniendo puntualmente ante un hecho de gravedad, sino trabajando sobre la prevención de la trayectoria violenta. Y para eso se necesita capacitación y compromiso cotidianos de toda la comunidad escolar. El proceso de mediación escolar no permite a los chicos apropiarse del recurso. Es en el trabajo cotidiano y preventivo cuando el grupo contiene y acompaña. Y todo lo que se desarrolla en su seno le pertenece, aun los hechos de violencia perpetrados por algunos de ellos.

Es tarea de todos que las escuelas rescaten el valor de la participación democrática, con todos los derechos y las obligaciones que ello comporta, para que los NIÑOS SE CONVIERTAN EN CIUDADANOS DEL PRESENTE Y NO SOLO DEL FUTURO

Fernando Osorio : escritor y psicoanalista.
Fuente: Revista Comunicarnos, Colegio Aletheia

Fernando Osorio-Escuela Aletheia

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