Niños Reales vs. Niños Ideales
Por Lic.Leila Chait y Carmen Ibañez
¿Asistimos a una patologización de la infancia?. La creciente incidencia de niños diagnosticados con Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad (TDAH) es un tema de preocupación tanto para padres y maestros, como para profesionales de la salud. La consecuente medicación con fármacos psicoestimulantes como el Metilfenidato, comercializado como Ritalin, Rubifen o Concerta, sigue siendo motivo de controversia entre la mayoría de grupos de profesionales, padres y asociaciones.
Aquellos que están a favor, defienden las cualidades de este fármaco basándose en sus efectos de apaciguamiento de la sintomatología del TDAH. Los que lo condenan, centran su discrepancia en los peligros de administrar drogas equiparables en efectos y potencialidad adictiva a la cocaína y anfetaminas.
Existe un ideal acerca de qué cosas debería poder hacer un niño en sus primeros años de vida, la mayoría de las cuales responden a una exigencia desmedida que tiene más que ver con un modelo que con la realidad: se espera que vaya al colegio, se relacione con los compañeros, aprenda lo que se le enseña en clase, haga sus tareas, permanezca sentado, quieto y sin dejar de prestar atención a lo que la maestra está diciendo.
Cuando algo de todo esto no ocurre del modo esperado, cuando la actividad de un niño no responde a esa norma, entonces es “Hiper” y por tanto, hay que medicarlo.
Los niños son sujetos en construcción, que tienen una historia incluso que les precede al nacimiento, pero su constitución está indefectiblemente unida al contexto en el que se desarrollan y a la imagen que desde este entorno se les devuelve de sí mismos.
Podemos devolverles que son un “déficit” o podemos devolverles la posibilidad de elaborar sus dificultades y contextualizarlas en su propia vida.
Sin embargo, el diagnóstico de hiperactividad no trata de regular la acciones, trata de normativizarlas, de que la actividad del niño sea un universal para todos igual, lo que no se tiene en cuenta es que cada niño es singular y por tanto su historia, su estructura familiar, su modo de relacionarse con los otros, y su deseo también lo son y la suma de todo esto hará que se sitúe en el mundo de un determinado modo y no de otro.
En la medida en que el comportamiento de un niño se adecúa a lo que una determinada familia y un específico contexto social considera normal, aceptable o deseable, no parece que haya problemas que resolver, pues dicho comportamiento se sitúa dentro de lo esperable y por ende, tanto el niño como los padres, profesores y otros profesionales, responden positivamente a las exigencias del entorno social.
Pero cuando esto no ocurre y desde valoraciones subjetivas se determina que el comportamiento de un niño no se ajusta a las convenciones sociales, se genera una situación en la que éste es un problema y los adultos significativos que le rodean están en cuestión, fracasan, por no responder a las expectativas sobre lo que debería hacer un niño en una situación concreta (el maestro tiene un alumno que no aprende y los padres un hijo que desobedece).
La actual realización del diagnóstico y tratamiento farmacológico del TDAH implica que las modificaciones y los problemas están en el niño, es en él donde hay algo que no funciona y donde se deben producir cambios, por lo que ni se valora ni se tiende a realizar un análisis crítico del contexto en el que está inmerso, no se considera entonces necesario que padres, educadores, instituciones escolares o la propia estructura familiar o social, tenga cosas relevantes que mejorar.
Es elocuente el hecho de que el diagnóstico de dicho trastorno se base en la observación de las conductas por parte de los adultos, por lo cual, son éstos quienes definen la demanda, donde lo descriptivo se torna en explicativo, y el niño pasa a ser un sujeto pasivo que no tiene nada que decir sobre su malestar, el niño, un sujeto en formación, desaparece.
El origen de la inatención de un niño, o de su exceso de excitación o actividad, o el que esta sea inapropiada, la poca atención en las tareas, la distracción fácil, la falta de sociabilidad y otras características que definen el TDAH pueden tener una casuística diversa: Por un lado podríamos enumerar entre otras; la constante exposición a estímulos procedentes de pantallas: ordenadores, televisión, videojuegos, etc., el que no llamen su interés las tareas propuestas por otros, la alimentación (elevada ingesta de azúcares, cafeína y gases), etc.
Por otro lado está la circunstancia de que estas acciones que definen el síndrome de hiperactividad también son formas de expresar sin palabras algo que genera malestar en los niños.
Por tanto, en la consideración de estas manifestaciones como “normales” o “patológicas” tiene un peso fundamental el contexto cultural en el que se producen.
Nos preguntamos: una conducta, o una mala conducta ¿es una enfermedad? Y si no lo es, entonces ¿Qué estamos medicando?
Para nuestra sorpresa, los motivos de consulta de los padres, cuando se diagnosticó a sus hijos el TDAH fueron muy dispares:
Niños depresivos, que lloraban continuamente y al parecer sin razón; niños con dificultades para aprender o quedarse quietos en clase; niños muy pasivos que no se relacionaban con los demás compañeros; niños que pegaban a sus amiguitos sin motivo aparente; niños que manifestaban actitudes de oposición y cuestionamiento a la autoridad, niños que aprenden o entienden demasiado rápido y se dedican a molestar en clase; niños con dificultades para armar pensamientos y para expresarse, entre muchos otros.
Nos parece llamativo, como manifestaciones tan diferentes podían ser diagnosticadas de la misma manera y peor aún, medicadas de la misma forma.
Cuando preguntamos a cerca de la generalización se nos explicó que el TDAH es una dolencia sin causa específica conocida. Un síndrome (es decir un conjunto de síntomas) y por ende el profesional que atiende a cada paciente hace una valoración subjetiva.
Parecería que el TDAH podría producirse por la combinación de diversos factores ambientales, biológicos, psicológicos y genéticos. En definitiva un cajón sin fondo que resultaría perfecto para justificar el tratamiento farmacológico.
Frente a la falta de concreción, los profesionales de la salud han optado por medicar con psicoestimulantes (principalmente el metilfenidato, más conocido como Ritalin, Rubifen o Concerta).
Desde nuestro punto de vista, sólo si escuchamos a los niños y les preguntamos sobre su malestar, podemos permitirles que poco a poco vayan poniendo palabras a sus actos, y nos desvelen lo que estos significan para ellos, porque la mayoría de las veces, los profesionales y los padres no tenemos las respuestas, no sabemos cómo hacer, pero si tenemos las preguntas, y las dudas, que nos estremecen, pero que a la vez representan la oportunidad de elaborar un camino junto con nuestros hijos, alumnos y pacientes.
Lic.Leila Chait _ Carmen Ibañez