La personalidad del bebé
La personalidad es aquello que define y caracteriza a la persona. Representa el estilo personal de cada uno, en la forma de desenvolverse en su entorno y con otros, en la manera de sentir, pensar, percibir e interpretar la realidad.
Cada persona al nacer presenta un bagaje de características propias y predisposición temperamental de base genética, que se van a ir desplegando y moldeando a partir de la interacción con determinados factores socio-ambientales (por ejemplo, el vínculo con sus figuras de apego, las diferentes vivencias que el niño experimenta, las características socio-demográficas y económicas de su entorno). Esta interacción forma parte de un proceso progresivo que comienza desde la gestación del niño y continua hasta finalizar la adolescencia, que va a permitir el desarrollo de la personalidad y construcción de la identidad del infante.
Es esperable que alrededor de los 18 y 24 meses se comience a forjar el desarrollo de la personalidad del niño. Es una etapa en la que el infante toma conciencia de sí mismo, como entidad única y diferente de los demás. Los padres ya pueden observar en el niño actitudes específicas, maneras determinadas de auto-regularse y preferencias marcadas que lo caracterizan.
Además, el niño a esta edad logra registrar que puede influir sobre los sucesos que le rodean y a anticiparse a las consecuencias sin tener que recurrir a la acción, ya que su pensamiento simbólico le permite representarse mentalmente un evento. Es capaz de expresar sus deseos y necesidades. Empieza a emplear pronombres en primera persona, términos descriptivos y valorativos respecto a sí mismo e incorpora aquellos comentarios descriptivos que sus padres realizan acerca de él.
Los padres pueden notar en el niño un aumento de rabietas y oposicionismo hacia ellos. Esto no debe alarmarlos ya que estas conductas resultan necesarias para reafirmar la conciencia de sí mismo y la creencia de que tiene cierto control sobre su entorno.
Por otro lado, comienzan a mostrar mayor conciencia sobre las normas sociales y a modular sus respuestas en función de las mismas. Se empieza a esbozar la conducta empática y prosocial.
Es importante que los padres sepan que el desarrollo de la personalidad del niño va a estar influenciada por ellos. Esto quiere decir, que los factores ambientales (por ejemplo, el estilo de crianza, valores inculcados, experiencias vividas por el niño, sociedad en la que vive) pueden moderar o acentuar las tendencias biológicas que presenta el niño al nacer, desarrollándose así, una determinada identidad y personalidad.
Además de la tendencia innata y características propias del infante, resulta fundamental el aprendizaje socio-afectivo que se da en la interacción con su ambiente. A medida que el niño crece desarrolla la capacidad de procesar, almacenar y actuar en base a la información que le aportan sus experiencias. Por ejemplo, la información que le brinda la manera en que sus padres reaccionan frente a determinadas conductas y sus consecuencias, aquellos comentarios descriptivos que escuchan de él, sus expectativas, lo que aprueban y lo que no, etc.
Por esto mismo, resulta importante el primer vínculo que se establece entre el niño y sus cuidadores. A este primer vínculo se lo llama apego y resulta fundamental para el desarrollo sano del niño. Como padres es importante saber que las primeras figuras de apego le proporcionan al infante seguridad, permitiendo que se desarrolle el sentido de sí mismo y se fomente su socialización. Los niños buscan identificarse imitar a sus figuras de apego para aprender aquello que la sociedad espera de él. A partir de este vínculo, se despliega la base para el desarrollo de la identidad y personalidad del niño.
La calidad del apego va a depender fundamentalmente del estilo de interacción que establece el cuidador con su bebé. Esta interacción puede estar condicionada por el temperamento del niño y su respuesta hacia el cuidador, así como también, por las características y estilo interactivo del adulto. Es importante que la figura de apego pueda adaptarse a las características del bebé, registrar y reconocer sus señales y responder a sus necesidades de manera estable y sincronizada.
Algunos padres pueden presentar dificultades para establecer un apego seguro y esto puede surgir cuando su bebé se muestra más hiperactivo, irritable y con dificultades para responder a su interacción y cuidado. Esto puede generar en sus cuidadores una mayor inconsistencia en su conducta, aumento de su irritabilidad dificultando la auto-regulación y capacidad de tranquilizar al bebé, un menor contacto físico e interacción con el niño.
Es fundamental que los padres sepan que estas dificultades para el desarrollo de un apego seguro pueden revertirse si cuentan con los recursos para auto-regularse y poder adaptarse de manera flexible a las características de su bebé.
Lic. Mora Marengo
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