Estar enamorados

Amor1

Por Lic. Lila Isacovich*

Enamorarse es un estado del alma, paradigma de la felicidad. El enamorado está feliz cuando es correspondido; lo envuelve una sensación de plenitud, de gozo y alegría. El espíritu agradece habitar el limbo del lazo con el elegido, sobre el que se ha posado el don del amor. Sus plegarias se orientan a eternizar ese estado de ensoñación para que no se rompa nunca el hechizo. Esa magia existe y todos los que alguna vez se enamoraron atestiguan su realidad.

La teoría psicoanalítica la explica por una razón de estructura en la conformación del sujeto, a la que nos referiremos: desde el vamos, si el recién llegado al mundo no logra enlazarse al deseo del otro, no tiene siquiera chances de sobrevivir. Si todo va bien, ese otro – como pueda – lo espera y sostiene esa expectativa. A ese alojamiento lo llamamos amor, incluido el desamor. Si ese vínculo se efectiviza, normalmente se produce el encantamiento entre la madre y el hijo, cuyo soporte protagónico es la mirada. El reflejo en los ojos del otro, esa conexión que sin duda compromete la totalidad de los cuerpos, es el paso inicial y modelo permanente de las futuras relaciones. Cuando ese destello en la mirada se reedita, podemos decir que nos enamoramos.

Freud le dedicó, entre otros textos, un capítulo íntegro que denominó Enamoramiento e hipnosis. ¿Por qué relacionarlos? La clave surge de lo ya dicho: el hechizo, el encantamiento, el destello, emanan del poder que se le otorga al otro al adjudicarle los rasgos de nuestro ideal. Aunque más no sea el instante que dure, ese otro posee los atributos esenciales para encarnarlo y se transforma así en nuestro yo ideal. Vale decir que en ese estado tan precioso del alma, confluyen en el partenaire, el Ideal del Yo – instancia lejana e imposible de alcanzar – con alguien que lo representa y por eso mismo se convierte en nuestro yo ideal, por el que estamos como poseídos. Fenómeno equivalente al de la hipnosis. Nadie que no le adjudique ese poder al hipnotizador, puede caer bajo sus influjos.

De allí que tantas veces el enamoramiento se acompañe de un empobrecimiento del yo, como si se hubiera despojado él mismo de sus virtudes al transferírselas al amado quien – por el contrario – se engrandece hasta límites insospechados. Este fenómeno explica entonces la catástrofe que ocurre cuando el yo no es correspondido o resulta abandonado. Debilitado, queda a expensas del otro y no encuentra consuelo.

Ahora bien, si esa fascinación está destinada a terminar porque siempre surge un avatar que quiebra la perfección, ¿qué queda del enamoramiento en una relación correspondida? La estabilidad del vínculo amoroso no la garantiza el enamoramiento sino el amor, que sería lo que perdura más allá del descubrimiento que asoma cuando por cualquier menudencia el partenaire se devela un semejante con todas sus imperfecciones. La posibilidad de que el vínculo permanezca se asienta en la capacidad de ambos para sortear el despertar y tolerar la ruptura del encanto. Toda relación amorosa tiene su mito de origen en el enamoramiento, que retorna cada vez al reproducirse el hechizo, nunca calculable, siempre inefable.

 

*Lic. Lila Isacovich

Directora del Área Asistencial de la FUNDACIÓN BUENOS AIRES

www.fundacionbsas.org.ar

info@fundacionbsas.org.ar

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