Los niños, los adolescentes y nuestra responsabilidad

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Por Alejandra Inés Lacroze*

Los vínculos entre iguales son el nombre de nuestra época[1]. Amigos, hermanos, compañeros o novios se imponen sobre el antiguo verticalismo de padres, maestros, abuelos y tutores. Es una realidad verificable en distintos ámbitos y situaciones. Por eso, al abordar la problemática de los nuevos niños y adolescentes, es necesario contemplar los factores históricos y sociales. Esto significa que no hay “psicología” que pueda prescindir de la “sociología”, y que no hay observación del individuo que consiga soslayar su entorno, sus relaciones, y sus vínculos con los otros.

Esas relaciones y vínculos hoy se ven afectados por un paulatino debilitamiento de las instituciones y por un sentimiento de desamparo y de malestar que impregna las formas de amar, de relacionarse y de vivir la cotidianeidad y la sexualidad, tanto en la infancia como en la adolescencia, y lo mismo en el plano de la parentalidad que en el de la filiación.

Vivimos, utilizando un concepto del historiador argentino Ignacio Lewcowicz, en la “era de la fluidez”.[2]

En ella, la conexión entre dos puntos del espacio no es obligatoria ni necesaria; en un medio fluido, dos puntos cualesquiera en el espacio —el padre y el hijo, uno y su puesto de trabajo, el docente y el alumno, o un hombre y una mujer— están y permanecen juntos sólo porque han realizado las operaciones pertinentes para ello, y no porque un andamiaje cultural o institucional los confine en un mismo espacio.

En esas condiciones, los vínculos cambian de cualidad y quedan supeditados a la dinámica de los encuentros y desencuentros.

Ante la aparición del sentimiento de soledad, y de lo que el citado Lewcowicz llama “desolación”,[3] se vuelven necesarias las relaciones de cuidado. Pero los cuidados son definidos caso por caso: no hay un manual ni recetas fijas para eso.

Las instituciones deben aportar, en su aspecto social, referentes y sentido a todas las cosas. En otras palabras, tienen que cargar de razón de ser a las acciones, los sentimientos, los pensamientos y valores de un grupo o comunidad.

Sin embargo, una simple observación de lo que pasa nos deja ver que muchas de las instituciones tradicionales de nuestro medio están lejos de proveer las seguridades y amparos que los adultos (y más aún los niños y adolescentes) necesitamos.

Entonces nos preguntamos cómo podremos generar otra vez ese sano juego de identificaciones que permita el desarrollo pleno de los individuos y que, a la vez, les dé nueva vida y fortaleza a nuestras instituciones.

Y aunque no obtengamos en lo inmediato una respuesta, la pregunta correctamente formulada será nuestra guía en este mar de la fluidez, sin faros a la vista.

Intimidad y espectacularización

Una de las mayores transformaciones de nuestra época se está produciendo como fruto de la revolución en las comunicaciones y el desarrollo tecnológico. Los nuevos medios, las redes y su dinámica diaria están cambiando nuestro modo de relacionarnos y la permanente “puesta en escena” de la vida social crea límites borrosos o confusos entre ficción y realidad.

Los procesos de identificación son cada vez más rápidos y volátiles. Se asemejan a un juego de rol y a un cosplay (cambio de vestuario), con posibilidad permanente de entrar y salir por parte de los protagonistas.

La tecnociencia y la mayor accesibilidad a sus propuestas y posibilidades despierta en adultos y jóvenes una vocación fáustica: la ilusión de que es posible vencer al tiempo, quebrar la secuencia de los ciclos biológicos y elegir, no importa la edad, qué cuerpo (y qué alma) ponernos para cada ocasión.

En este contexto, el aspecto corporal —lo visible— cobra un valor desmedido en la vida de la gente y algunos comienzan a pensar el propio cuerpo como un objeto de diseño, que será modelable a su antojo.

Otro rasgo importante de la cultura actual es la exhibición de la intimidad, bajo la forma de la espectacularización (puesta en escena e incluso parodia) de la personalidad.

Hoy la introspección ha sido reemplazada por un gesto simétrico y opuesto: el de la exhibición y la exposición sin límites, al ritmo de los reality shows televisivos y de las redes sociales.

Las fronteras entre el mundo infantil y el mundo adulto también tienden a diluirse, y los niños participan cada vez más de formas del juego y la diversión que son propias de la vida adulta, en un abanico que va desde el sexo y el consumo de alcohol, hasta los conflictos familiares y el delito.

Nuestros esfuerzos como adultos deberían estar dirigidos a facilitarle a los niños, con los elementos que disponemos, la comprensión de esa realidad en la que tanto ellos como nosotros estamos inmersos, inevitablemente, en lugar de esperar que se comporten de acuerdo a nuestros deseos y a nuestra idea de la infancia. Dijo una vez el filósofo austríaco Ludwig Wittgenstein: “El mundo es lo que pasa y lo peor sería pensar que lo que pasa es un error”.[4]

 

Los ritos contemporáneos

En [5] Los rituales contemporáneos ¿de qué ritos se trata? se lee que los rituales tienen siempre un soporte colectivo.
Una muestra clara la encontramos en la aparición de los desórdenes de alimentación, en la bulimia y la anorexia, que se han vuelto tan comunes entre los adolescentes.

Allí vemos que aquellos viejos rituales del “comer mucho” de nuestros abuelos han sido reemplazados no por la preceptiva de “comer bien”, sino sencillamente por la de comer poco o sencillamente no comer, con el soporte de una cultura que ha puesto la delgadez como paradigma de belleza y salud.

Otro nuevo ritual que se observa en los jóvenes, durante la llamada “previa” o “preboliche”, es beber grandes cantidades de alcohol.

El ritual, sostenido muchas veces por el grupo, desemboca invariablemente en una conducta desenfrenada, en la que el “descontrol” pasa a ser una virtud.

Ese descontrol pone en riesgo la vida de estos jóvenes alcoholizados y también la de los que los que no lo están. Peleas, intoxicaciones y accidentes de tránsito son situaciones corrientes.

El consumo excesivo de alcohol, además, es factor importante de embarazos adolescentes, de relaciones sexuales de alto riesgo e, insistimos, de violencia entre nuestros jóvenes.

Volviendo al tema de los ritos, uno de los componentes históricos de estos en una tribu o grupo es la limitación de los excesos, ya que atentan contra la misma vida del grupo. Entonces, ¿podemos llamar “rito” a estas nuevas prácticas?

Estas acciones vaciadas de sentido, repetidas, redundantes, no tienen nada que ver con los saludables rituales de la amistad, la fraternidad, el deporte, el juego y la diversión juveniles.

El buen ritual, que también es una conducta de sostén colectivo, es la mejor manera de estar con los otros y de vivir en sociedad.

Un niño necesita de un adulto confiable que actúe como decodificador y como organizador de sus experiencias. El lazo creado entre las generaciones pone en tensión la compleja trama entre las “vidas vividas” y las “no vividas”, tal como ha observado Graciela Frigerio, que ha estudiado especialmente el contexto argentino.[6] Los padres deberían actuar como anfitriones, ya que sus hijos necesitan ser alojados en la trama familiar, social y cultural. Necesitan un “holding” (un sostén, algo que los rodee y los cuide). Sin embargo, realizar esa contención se hace complicado.

A menudo, cuando surge un problema con un chico, asistimos a un endoso y/o transferencia de responsabilidades: de los padres a la escuela, de la escuela al inspector, del inspector a las autoridades, y así. Mientras tanto, como decimos habitualmente entre colegas, “los chicos se caen”.

¿Cómo armonizar esa creciente ampliación de derechos que hoy vivimos con la necesidad de ejercer de un modo legítimo —y razonable— la autoridad?

La palabra clave, como ya hemos dicho, es cuidar. Cuidar de nuestros niños y jóvenes. Evitar que naufrague su experiencia vital en las nuevas realidades en las que les toca crecer y desarrollarse.

El verbo cuidar tiene tres acepciones, todas válidas para el tema que aquí tratamos. Significa “asistir y ayudar”; “dedicarse y preocuparse”, y también “advertir sobre el peligro” (“¡Cuidado!”). Usemos la acepción que corresponda en el momento en que tengamos que hacerlo.

Velar por el cumplimiento de las leyes —códigos indispensables de la vida social—, cuidar especialmente a aquellos que amamos y propender a disfrutar plenamente de los bienes que atesora nuestra cultura es responsabilidad social ineludible.

Valga esta reflexión como prefacio de la actual campaña de prevención.

(*) Lic. en Psicología (UCA).  Miembro de APdeBA y de la International Psychoanalitical Association (IPA). Maestría en Pareja y Familia (IUSAM-APdeBA). Directora de “Mi cuerpo es mi casa” Programa de formación de líderes para prevenir  problemas en  alcohol y otras drogas en escuelas y clubes desde salita de 3 años de preescolar



[1] -Cantarelli, Mariana. Después de la familia tipo qué? A propósito de historias de   familia. Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología de la Nación. Dirección Nacional de Gestión Curricular y Gestión Docente. Viernes 15 de setiembre de 2006 en la Ciudad de Formosa

 

[2]  Lewcowicz, I. “Sobre la destitución de la infancia. Frágil el adulto, frágil el niño”

Conferencia en el Hospital Posadas. 18 de setiembre de 2002.

 

[3] Lewkowicz, Ignacio . : Pedagogía del Aburrido. Escuelas destituidas, familias perplejas. (2004) Cap. 5. La institución materna. Paidós educador 2009

 

[4] Moreno, Julio .Ser humano: la inconsistencia, los vínculos, la crianza. 3ª edición Buenos Aires. Letra viva. 2010

 

[5]

Lacroze, Alejandra; Micó, Silvina; Salguero, Marcela. “Rituales contemporáneos ¿de qué ritos se trata? “XXXV Simposio Anual de Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires (APdeBA) . Las realidades del psicoanálisis: teoría, clínica y transmisión. 31 de octubre. 1 y 2 de noviembre de 2013. Buenos Aires.

[6] Frigerio, Graciela. “A propósito de vínculos y des-enlaces” Curso de Postgrado “Devenir y subjetivación. El trabajo del habitar”. Departamento de Familia y pareja de Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires (APdeBA )Programa de actualización clínico académica con acreditación del  Instituto Universitario de Salud Mental ( IUSAM) (2013)

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