Asistencia y protección para el niño adoptado

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Por Lic. Adriana Portnoy*

La adopción ha sido muy bien acogida en nuestra sociedad, cada día existe un mayor número de padres que no sienten la necesidad de ocultar al hijo la adopción, como tampoco a la comunidad.

La revelación debe hacerse, tan pronto se perciba que el niño está en condiciones de comprender la verdadera situación.

En tanto los padres así lo consideren es importante que puedan manifestárselo, desde el primer momento en que lo traen a la casa. “Que él fue el elegido y deseado por ellos”.

El hijo adoptado esta seguro de haber sido deseado, a veces buscado por mucho tiempo. Sus cuidadores padres adoptivos, han tenido que renunciar al narcisismo de esperar semejanza de características. Se han lanzado a una aventura un poco mas riesgosa que la de tener hijos sexualmente concebidos.

Gracias a la adopción se prolonga la serie genealógica. Se entrega una familia a los hijos que carecen de padres para que puedan ser educados, custodiados y queridos. Hoy no se trata de verificar las capacidades del niño como buen heredero futuro, sino las competencias parentales de los adoptantes, que deben ofrecerle un medio de vida y de expresividad donde pueda recibir, de modo inmediato, los cuidados, educación y amor que necesita.

La adopción requiere un padre y una madre, pero no tiende ni a la paternidad ni a la maternidad. Es sexualmente neutra.

Sin embargo en la actualidad, los adoptantes pretenden tener un hijo y no solo ser padres; reivindican ante todo el derecho a ser padre o madre y no únicamente establecer una descendencia. Lo que prevalece es la relación afectiva con el niño.

Un hijo no deseado no tuvo ese indispensable lugar en la mente de sus padres y en la estructura social que lo va a acoger. Si este organismo sin lugar en la mente de quienes lo engendraron encuentran a quienes lo están buscando sin poder crearlo con el cuerpo tiene una gran suerte, estará seguro de haber sido esperado y de tener un lugar no meramente edilicio, sino emocional, racional, total.

El que cría, debe disfrutar de una relación jurídica con el hijo que tenga la misma fuerza, la misma perennidad y el mismo carácter exclusivo, aunque los sentimientos cumplan una función más importante que la transmisión del apellido o los bienes.

La manera en que un adulto se proyecta sobre un niño, sobre su hijo y el modo en que un niño que se hace adulto puede vivir como descendiente de sus padres y abuelos, debe inscribirse en sus linajes y familias extensas y construir su identidad.

El apellido y los bienes siguen siendo signos exteriores y necesarios, del carácter familiar, pero los sentimientos cumplen una función cada vez más importante, son el terreno donde se forja la reivindicación de la pertenencia.

Una observación corriente es que los hijos adoptados se parecen a sus padres adoptivos y que también se van apropiando estos mismos, de sus características personales.

Hay memorias corporales que debemos respetar, especialmente con relación al tiempo vivido por el niño entre el parto y el encuentro con los cuidadores.

Como consecuencia de las necesidades de asistencia, amor, alimento y protección que el niño experimenta se encuentra sometido a un largo período de dependencia con respecto a sus padres. Por consiguiente, las relaciones del niño con sus progenitores o sustitutos se encuentran determinadas por una dependencia que se prolonga, incluso, durante una parte de la adolescencia. Solo en los últimos años se ha atribuido a estas relaciones su importancia en el desarrollo emocional del hijo.-

*Psicóloga
Argentina

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